ARISTÓTELES sabía que la mera dependencia
física no basta para fundamentar un todo social.. Como él mismo dice expresamente, es propia del todo
social cierta comunidad de bienes. Los
hombres al darse cuenta y por el sentido común de que cada uno siente por sí la
misma dependencia del prójimo, y que todos y cada uno se afanan por el mismo objeto final, comprenden
y comprendemos la necesidad de la recíproca prestación de auxilio, ayuda,
asistencia, protección, amparo y apoyo, acogida, compañía… Tal vez sea esto en
lo cual radique ese conato social. Esta recíproca prestación, asistencia,
auxilio de ayuda tienen un primer principio en el círculo familiar, para satisfacer las
necesidades fundamentales de la vida Y
cuanto más se eleven las exigencias, es decir, cuanto más se afana el
hombre el hombre por configurar perfectamente su vida, tanto más he de
necesitar estar vinculado perfectamente: en primer lugar, a nivel local, en la
comunidad local y finalmente en el Estado. Por eso la inclinación social es una
predisposición natural hacia la formación de Estado, en los diversos pueblos.
Aristóteles no ve más que la consecuencia de la razón humana de superar,
mediante la cooperación en comunidad, la limitación física que padece el
individuo aislado.
En esta
interpretación que expone Aristóteles de la inclinación social del hombre, lo
decisivo no es el instinto, sino el conocimiento de la misma orientación final
y de la misma necesidad de ayuda respecto a este fin A causa de este
conocimiento, los hombres fundan la comunidad. Por eso es el hombre el primero
que creó el estado, el iniciador de los bienes comunes pequeños y máximos.
Pero, no
obstante, ya tuvo la visión de que todo esto era una entelequia ontológica,
esto es, en la finalidad óntica, es decir, que sería una utopía. Se hace evidente la relación con la moral en el
supuesto de que la consecución del fin último de la persona humana no se afirma
meramente en el sentido de una finalidad esencial, esto es, no sólo en el
sentido de la entelequia óptica, sino que a la vez está encomendado también por
una autoridad moral. Es precisamente entonces, y no antes, cuando la naturaleza
social empieza a entrar en el ámbito de la finalidad ética.
Ni que
decir que a causa de todo ello, el contenido ético de la naturaleza no es propiamente
visible. No obstante, Tomás de Aquino, con su teoría de la fundamentación de
todas las leyes, y sobre todo el derecho natural en la ley de Dios; (Lex
aeterna), ha dado mayor profundidad, en este aspecto, a la ética aristotélica.
Siguiendo en este punto la doctrina agustiniana de la lex aeterna.
Lo que
impulsa a la creación de la comunidad no es sólo la tendencia, en cierto modo
egoista, de utilizar al prójimo en provecho propio con el intento de alcanzar
el fin último de la propia vida para superar así la limitación y diferencia de la persona aislada, sino que
es también el impulso que acerca al hombre a su prójimo.
Aristóteles
considera la lengua como el indicio más evidente de este carácter comunicativo,
que se revela no menos claramente en la necesidad que de la amistad siente el
hombre. Consagró toda su atención al estudio de la amistad en sus libroa de
Éteca. Ese gran impulso hacia la amistad, lo que se pone de manifiesto no es el
sentimiento de someter al prójimo al propio servicio, sino más bien la
necesidad de realizar, en comunidad con él, un
mismo ideal de vida de amor en común. Por esta razón es justamente la
amistad desinteresada la más valiosa. Y Aristóteles ve en este impulso hacia la
amistad algo típicamente natural. La amistad es deseable como máximo
bien, incluso para aquel que posee en cumplida abundancia toda clase de bines y
que, en cierto sentido, se basta a sí mismo.
naturaleza procede de
una manera racional, por tanto, reflexivamente, en la prosecución de los
bienes. Todo ello nos lleva a afirmar que la razón es el don más excelso que la
naturaleza ha concedido al hombre.
El hombre
es consciente de que no sólo necesita la instrucción recibida de su prójimo,
sino que precisa también aliento y estímulo para el bien. La
comunidad de las ideas e ideales
supremos, a saber, los del bien y de la justo, son causa de la formación
de la familia y del estado. Precisamente este pensamiento demuestra que
Aristóteles no ve la inclinación social del hombre únicamente como instinto
común de la especie, sino que la arraiga profundamente en el conocimiento
personal, a partir del cual los mismos ideales e ideas fomentan la comunidad.
Ciertamente
todo aquello que es adecuado naturalmente a un ser, es lo que resulta
necesario, pues como dice nuestro Ancestro” la naturaleza no falla en las cosas
necesarias, y jamás hace nada en vano.”
Nosotros
como hombre solitarios no podríamos sobrevivir. No alcanzaríamos las
perfecciones logradas. Es mejor vivir la auténtica sociedad. Cuanto más social,
más perfecto el hombre como persona. Creo yo que llegados a estas alturas del
siglo XXI nadie puede esgrimir que se basta `por sí mismo, sino más que nunca
nos basamos en los demás, los otros, y en la protección divina en la vida de
los humanos.
Esto ya
estaba enraizado en nuestros antepasados Platón y Aristóteles que hablaban y
enseñaban del participación divina directa n la vida de los humanos y no
digamos de nuestros agustines y tomases.
Todos
necesitamos de los amigos, aún alcanzando la bienaventuranza, dice Tomás.
Defiendo la
vida en común-social aún después que el humano haya logrado su perfección;
porque creo que la vida en común-social
es un estilo de vida indiscutible; ya que el hombre es por naturaleza un animal
político, es decir, social y que nunca ha dejado de ser apto para la vida
social. Es difícil bastarse de las cosas necesarias para la vida. Luego, somos
un tanto indiferentes sin los otros. No obstante, nuestra
Y así, cada uno
debiera impulsar al otro hacia el bien, comunicándole su conocimiento y
vocación en la tarea de alcanzar el máximo bien, a saber. Dios, el Creador; y
como instrumento típico de semejante intercambio espiritual sirve el idioma que
hablamos, que , a su vez, constituye un argumento propio para explicar la naturaleza
social del hombre. En ello estamos si nos implicamos.
Toda esta
doctrina aquiniana incluye al hombre, hasta en lo más remoto de la vida
espiritual, en la sociedad, por lo menos
desde el punto de vista de que la sociedad es el único camino que lleva
al individuo humano a las cumbres últimas: Todas las virtudes están implicadas.
Al elemento
racional corresponde ahora otro que pertenece a la esfera emocional d e la naturaleza humana. Este impulsa al
hombre , incluso espontáneamente, a más reflexión, a practicar la vida social
con otros. La esfera emocional pone su
propia orientación, hacia la vida común, es decir, la sociedad. Todo fallo por el carácter apacible del hombre,
puesto que un carácter pendenciero no desciende de la naturaleza, sino que se
deriva de una predisposición hereditaria alterada. En el mismo dominio
emocional finalmente, la esencia filantrópica del hombre, esto es, el hecho de
que un hombre considere al otro como
amigo, y también le ayude por impulso en
cierto modo instintivo, aún conociendo su calidad de extraño, y así mismo
procure apartarlo del camino equivocado y le dispense su auxilio en caso de
infortunio. El que pierde este afecto humano primario desciende a niveles de la
animalia; por consiguiente pierde todo comportamiento emocionalmente humano.
El instinto
social no es más que un signote la auténtica predisposición social, la racional
esto es, de la exigencia racional de asistencia recíproca. Lo que rige no es
más que predisposición natural del hombre hacia el bien. Es una inclinación al
bien en cuanto corresponde a la naturaleza de la razón propia del hombre.
En este
aspecto no parecerá extraño que Aquino asocie la inclinación al conocimiento de
Dios con la predisposición a vivir en sociedad. Precisamente él eleva la
entelequia aristotélica según la cual el hombre necesita por naturaleza la
sociedad para conseguir en fin a un plano típicamente ético. Corresponde a las
ideas de Santo Tomás de Aquino interpretar la razón humana como una
participación de la providencia divina,
y con ello de la razón imperativa de Dios y mientras que las restantes
entidades del cosmos, son guiadas por Dios, al hombre se le ha otorgado con la
razón la capacidad de regirse a sí mismo como individuo y como persona.
En sentido
ético, existe una ley natural, en contraposición a la ley natural con el mundo físico y externo, y del
conocimiento racional del hombre de que no podrá llegar a ser perfecto sin la
sociedad; se transformará en la afirmación de la existencia de una ley eterna,
que obliga a todos los hombres. Y esta ley no sólo posee un carácter moral
personal, sino a la vez social, esto es, un principio de organización para la
multitud a ella sometida. Todos debiéramos inferir, colegir de esta conclusión partiendo de la idea de
que toda ley debería constituirse en BIEN COMÚN.
Por tanto,
debemos buscar la concordia con los con los otros. Esto nos llevará a la
reflexión de que el hombre conlleva unos preceptos constitutivos con lo cual la
ley divina es promulgada para confirmación en la ley natural, todo lo cual nos
lleva a pensar que otras obligaciones adicionales nos están exigiendo, como el
deber de la felicidad, de la benevolencia, de la alegría… pues nadie puede
pasar un solo día con un triste-pesimista.
¡Ha de haber alegría saturada!